Burladero

Decid a todos que ha sido el ruiseñor.

Bisturí de cuatro filos, garganta rota y olvido.

Antonio Machado

Son las cinco de la tarde.

Ya has marcado con tu cruz

a la nueva víctima.

Empiezas otra vez el ritual.

Llevas puesta la máscara.

La estrategia diseñada

y cargada de engaño

te arranca de la realidad.

En esta ocasión en tu rostro,

no hay ilusión sino desidia.

Tras el acecho a la presa,

percibes otra traición inútil.

Se limitan tus movimientos,

sufres y ya no disfrutas,

quieres dejarte llevar

consciente de que no merece la pena.

Lo sabes.

Todo está teñido de rojo inevitablemente.

Fraude y falacia habitan en tu burladero,

te agotan.

Corneas una y otra vez,

sucesivamente contra el muro de tus prejuicios

y caes.

Cada vez caes más y más bajo.

Temes alejarte de ti mismo.

Ni por una vez un halo de cordura

se adivina tras tu puesta en escena.

Ese daño que te daba la vida

no responde a tus expectativas.

Te resistes, rasgas el capote,

reintentas las cornadas.

Sabes que te desangras.

Volverás a tu ruedo,

en el que te fajaste,

porque ya no estás mejor en otra parte,

ni siquiera al otro lado.

Ya no encuentras el encanto

que te ofrecía la novedad

al triunfar en una desconocida plaza.

Intentarás aguantar,

arriesgando a perder tu certeza

volviendo a negarlo.

Pero sabes que ya,

amenazado de muerte para toda la vida,

sólo encontrarás la calma,

cuando sea Artemisa

la que venga a lamerte las heridas.

Por Blanca Flores Cueto, aún inédito.

En la fotografía el Efebo de Praxíteles (Apolo), en el Museo de Atenas.