16 de diciembre de 2012

Presentación de Raquel Zarazaga a Ecos de un Solo de Saxo


Presentación de Ecos de un Solo de Saxo en El Puerto de Santa María. 


Cuando Blanca Flores (a través de un mensajito de Facebook) me propone presentarle hoy aquí su libro y me manda por mail el PDF del mismo, me encuentro por delante con una tarea similar a una CATA A CIEGAS. Y me explico…

Si esta técnica consiste en que los vinos se presentan sin ninguna indicación, donde las botellas se muestran cubiertas para que los catadores no se vean influenciados por la etiqueta, el origen, la marca… pues yo me dediqué a ello… a realizar la “cata” de los poemas individualmente y tomé algunas notas sin tener referencia alguna sobre su origen. Quiero decir que si bien conozco a Blanca Flores desde hace algunos años, cuando desde su trabajo en la Delegación de Educación de Cádiz consigue la creación del colectivo INDOCENTES (es decir, reunir a aquellos escritores de la provincia que a la vez trabajamos en la enseñanza) que sigue hoy todavía vivo y dando sus frutos y que a partir de entonces participamos en algunos proyectos culturales comunes; en lecturas, recitales varios, en noches de jazz, lluvia y poesía en el Café de Levante, y otras cálidas de verano en El Bache del Bohemio; en conciertos de Javier Ruibal y algunos otros … pero en los últimos tiempos debido a motivos varios (y creo que bastante importantes) hemos tenido encuentros más breves, por lo que llegué a su libro pues eso, sin recibir influencia alguna porque se mostraba “sin etiquetas” . Así que descubriré ahora las botellas y la autora me dirá si mis apreciaciones son o no acertadas.

 Si empiezo hablando del color, observo matices rojos: rojo-ladrillo de calles de una ciudad que recoge sus pasos, a veces de paseo, o en bicicleta, o corriendo bajo la lluvia; pero también rojo púrpura quizás con matices violeta, en el encendido de algunos de sus versos que parten del corazón y a él mismo llegan, lacerado a veces por la lanceta fría del desamor después de ser abordado por los envites de la pasión, “sangrando palabras por los cinco sentidos…” como ella misma dice
Aunque también se observa un "naranja color sonrisa", que se disfruta con ganas, que llena, que caldea los adentros…
Y azul. Azul de mar. Mar, océano siempre presente…Desde la balaustrada, desde la playa y en la playa, caminando orillas, en ocasos y en amaneceres, en tardes de verano y en noches de luna…
Si seguimos con los pasos de la cata, pues sí, observamos que se forman “lágrimas” en las paredes del cristal. Sí hay lágrimas entre estos versos, pero lágrimas contadas diría yo, es decir, que no se derrochan porque sí. Se dejan brotar cuando hace falta, pero no hay lamentos vanos, no  desean inspirar piedad, son más amigas de la ternura, de la complicidad, de la espera cuando se desea el encuentro y del después cuando se sabe que llegó el tiempo de re-crearse de nuevo pasadas las borrascas…
Si tuviera que escoger de entre las líneas de este libro palabras para definir su “aroma” me quedaría con la percepción al aspirar todas las ausencias, los recuerdos, pero también los abrazos, el amor, el desamor, la ilusión, y todas las buenas noches que contiene.

Es un aroma áspero, recio de quien así escribe: “Puedo ser grande y pequeña; débil y fuerte; brava y cobarde…”

“Que aquí nadie se baja en la próxima estación” 

“Y yo me haré más fuerte” porque “vienen mis hijos detrás”…

Y concluir incluso así poemas:
“Cierra las ventanas. Vuelve a llover.” 

Pero tras el borboteo, también se degustan (por cierto: degustar, verbo que aparece varias veces en el libro) aromas que transportan a cuentos y poemas leídos a medias, coplas y leyendas que arroparon días y noches, en los que las historias tejían un telón de fondo donde desarrollarse la intrahistoria que Blanca Flores nos pone descarnadamente en las manos.
Además se observa una nota especial en este poemario y es un olor que lo caracteriza: el olor a viento, “ese viento de levante que le provoca migrañas y que  le nubla la vista”, “ese viento que ella siente golpeándole la cara” y que lleva el ritmo de todo el libro: ese VAIVÉN constante(curiosamente tiene también un libro con ese título y este sustantivo sigue apareciendo también aquí varias veces) que en el fondo es el ritmo de la vida, la cadencia de nuestra existencia cuando nos atrevemos a vivir...
Viento de Levante en Cádiz ciudad, locus amoenus de la autora: 
“Siempre nos quedará Cádiz” –nos dice- y allí la vemos, subida a una torre mirador, esos lugares donde mujeres de otros  tiempos cultivaban sus esperanzas. Ahora, ella, mira al horizonte. “Aferrada al sonido del solo de saxo. Lo único que ya desea.” Suelta amarras convencida. Sin girar la cabeza. Porque no hay nadie a quien mirar.
Raquel Zarazaga

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