Presentación de Ecos de un Solo de Saxo en El Puerto de Santa María. |
Cuando Blanca Flores (a través de un mensajito de
Facebook) me propone presentarle hoy aquí su libro y me manda por mail el PDF
del mismo, me encuentro por delante con una tarea similar a una CATA A CIEGAS.
Y me explico…
Si esta técnica consiste en que los vinos se presentan
sin ninguna indicación, donde las botellas se muestran cubiertas para que los
catadores no se vean influenciados por la etiqueta, el origen, la marca… pues
yo me dediqué a ello… a realizar la “cata” de los poemas individualmente y tomé
algunas notas sin tener referencia alguna sobre su origen. Quiero decir que si
bien conozco a Blanca Flores desde hace algunos años, cuando desde su trabajo
en la Delegación de Educación de Cádiz consigue la creación del
colectivo INDOCENTES (es decir, reunir a aquellos escritores de la provincia
que a la vez trabajamos en la enseñanza) que sigue hoy todavía vivo y dando sus
frutos y que a partir de entonces participamos en algunos proyectos culturales
comunes; en lecturas, recitales varios, en noches de jazz, lluvia y poesía en
el Café de Levante, y otras cálidas de verano en El Bache del Bohemio; en
conciertos de Javier Ruibal y algunos otros … pero en los últimos tiempos
debido a motivos varios (y creo que bastante importantes) hemos tenido
encuentros más breves, por lo que llegué a su libro pues eso, sin recibir
influencia alguna porque se mostraba “sin etiquetas” . Así que descubriré ahora
las botellas y la autora me dirá si mis apreciaciones son o no acertadas.
Si empiezo hablando del color, observo matices rojos:
rojo-ladrillo de calles de una ciudad que recoge sus pasos, a veces de paseo, o
en bicicleta, o corriendo bajo la lluvia; pero también rojo púrpura quizás con
matices violeta, en el encendido de algunos de sus versos que parten del
corazón y a él mismo llegan, lacerado a veces por la lanceta fría del desamor
después de ser abordado por los envites de la pasión, “sangrando palabras por
los cinco sentidos…” como ella misma dice
Aunque también se observa un "naranja color
sonrisa", que se disfruta con ganas, que llena, que caldea los adentros…
Y azul. Azul de mar. Mar, océano siempre presente…Desde
la balaustrada, desde la playa y en la playa, caminando orillas, en ocasos y en
amaneceres, en tardes de verano y en noches de luna…
Si seguimos con los pasos de la cata, pues sí,
observamos que se forman “lágrimas” en las paredes del cristal. Sí hay lágrimas
entre estos versos, pero lágrimas contadas diría yo, es decir, que no se
derrochan porque sí. Se dejan brotar cuando hace falta, pero no hay lamentos
vanos, no desean inspirar piedad, son más amigas de la ternura, de la
complicidad, de la espera cuando se desea el encuentro y del después cuando se
sabe que llegó el tiempo de re-crearse de nuevo pasadas las borrascas…
Si tuviera que escoger de entre las líneas de este
libro palabras para definir su “aroma” me quedaría con la percepción al aspirar
todas las ausencias, los recuerdos, pero también los abrazos, el
amor, el desamor, la ilusión, y todas las buenas noches que contiene.
Es un aroma áspero, recio de quien así escribe: “Puedo
ser grande y pequeña; débil y fuerte; brava y cobarde…”
“Que aquí nadie se baja en la próxima estación”
“Y yo me haré más fuerte” porque “vienen mis hijos
detrás”…
Y concluir incluso así poemas:
“Cierra las ventanas. Vuelve a llover.”
Pero tras el borboteo, también se degustan (por
cierto: degustar, verbo que aparece varias veces en el libro) aromas que
transportan a cuentos y poemas leídos a medias, coplas y leyendas que arroparon
días y noches, en los que las historias tejían un telón de fondo donde
desarrollarse la intrahistoria que Blanca Flores nos pone descarnadamente en
las manos.
Además se observa una nota especial en este poemario y
es un olor que lo caracteriza: el olor a viento, “ese viento de levante
que le provoca migrañas y que le nubla la vista”, “ese viento que ella
siente golpeándole la cara” y que lleva el ritmo de todo el libro: ese VAIVÉN
constante(curiosamente tiene también un libro con ese título y este sustantivo
sigue apareciendo también aquí varias veces) que en el fondo es el ritmo de la
vida, la cadencia de nuestra existencia cuando nos atrevemos a vivir...
Viento de Levante en Cádiz ciudad, locus amoenus de la
autora:
“Siempre nos quedará Cádiz” –nos dice- y allí la
vemos, subida a una torre mirador, esos lugares donde mujeres de otros
tiempos cultivaban sus esperanzas. Ahora, ella, mira al horizonte. “Aferrada al
sonido del solo de saxo. Lo único que ya desea.” Suelta amarras convencida. Sin
girar la cabeza. Porque no hay nadie a quien mirar.
Raquel Zarazaga
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