14 de diciembre de 2011

Solo de saxo



No quiero hacerte chantaje,

                                                                                                             sólo quiero regalarte una canción.
...
Algunas veces gano
y otras veces
pongo un circo y me crecen los enanos...
Joaquín Sabina, "Que se llama Soledad"








Y llega un día en el que descubres que
no brillan tanto las estrellas anudadas a tu cuello.

Y llega un día en el que todo sale al revés,
aunque no encuentres dónde está la cruz
por mucho empeño que pongas
en hacerlo todo bien.

Y llega un día en el que te das cuenta de que
no merece la pena seguir alimentando estériles imposibles
que al final no te llevan a ninguna parte.

Y te encuentras deshojando las margaritas
de las macetas que nunca regalaste,
y bebiéndote la última gota de la copa de vino
de la botella que nunca compartiste.

Y aún así intentas olvidarte de que nadie
devolverá un beso a la petición de tus miradas,
de que no volverás a deslizarte entre los dedos de los pies
de a quién tanto habías amado,
porque en realidad no te amaba a ti.

De que no visitarás Córdoba ni Granada,
de que no brindarás en ninguna cata,
y de que tus iniciales jamás aparecerán entrelazadas
en algún corazón de tinta sobre un mantel.

Y caes y te levantas de nuevo,
y caminas como si no pasara nada,
asumiendo que las letras de tu nombre
deben estar en el prospecto de contraindicaciones
del manual de instrucciones de alguien finalmente
non grato.

Y aceptando que la mentira existe,
como existe el interés,
te vas y te vienes y por un día maldices,
reniegas, y quieres que todo caduque,
que se vaya, que se olvide,
y te preguntas
porque te pasó a ti.

Paseas por el parque, y hueles las damas de noche,
escuchas incluso alguna canción que te arranca unas lágrimas.

Y te aferras al sonido del solo de saxo,
lo único que ya deseas,
porque no hubo más noches para ti,
porque probablemente no las habrá.

Y te enredas finalmente con tus amantes,
con los de siempre, con los que mejor te entiendes
y te hacen sentir bien.

Ahí están: en tus pensamientos, entre tus cabellos,
y sobre tu cuerpo. Siempre contigo.

Ahí están, los culpables de tu poligamia:
tu soledad, tu conciencia y tu propio abrigo.
En realidad, ¿para qué querías más?

Blanca Flores Cueto, para Ecos.

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