13 de febrero de 2012

Ingrato



La maldad no necesita razones, le basta con un pretexto.
Johann W. Goethe


Tu rendición es mi victoria.
Vengo desnuda de odio, de ira y despecho.

Ya no descifrarás
el significado del jeroglífico
encriptado en mi piel.

No disfrutarás del sol naciente,
no querías, ¿recuerdas?
otro amanecer.

Y perecerás sin conocer
que contenían las cuatro cruces.

Ya no disfrutarás recorriendo
los caminos de mi cuerpo.

No besarás mis labios,
no morderás mis brazos,
ni volverás a marcar mis senos.

No contemplaremos las estrellas,
ni celebraremos desayunos con música de bolero.

Tus sarcásticas carcajadas dibujarán grotescas muecas
en tu impostado rostro,
y cuando te reflejes en los espejos del arte:
recordarás el esperpento de la pérdida.

Acompañarás a otras núbiles a la estación,
a coger el tren de cercanías.
Y cuando desees que yo vuelva,
me habré ido.

No me profanarás en la torre mirador,
ni culminarás el crimen.
No habrá sacrilegio,
ni libro eterno que contenga nuestros nombres.
No habrá firmamento que pueda albergar
tanta pasión.

No me darás tampoco más vida.
No pertenezco a tu harén,
no quiero las llaves de tus tesoros,
ni de tus miserias.

Pude seguir sembrando,
pero como Némesis me fui.
Tu parcela de fantasías venenosas
no se hizo para mí. 

Y tu reata de inútiles, de inevitables mentiras,
te irán ahogando para siempre,
será mía la amarga victoria de la batalla.

Siquiera rozarás mis reflejos naranjas
y yo me haré más fuerte. 
Tu penitencia y mi condena,
será reposar para siempre,
sobre el vientre que nunca preñaste.

Y al final tus idolatrados pies,
los que se recrearon con el ritual de mis atenciones;
sólo han servido para pisotear
nuestra nueva primavera. 

Ecos, Blanca Flores Cueto




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