5 de febrero de 2010

La fiesta de las sobras

La gente ya se retira,

ha oscurecido hace tiempo,
el frío se filtra hasta los huesos,
y anuncia el invierno.
A ellos no les importa,
ya no sienten el frío ni las horas,
ellas charlan y se ríen
mientras los niños
juegan, ríen y lloran.
Les miro, extrañado,
no sé lo que buscan,
ni lo que esperan,
fumo un cigarro observando,
calibrando sus esperanzas.
Hablan con alegría,
perdieron su tristeza
en alguna acera olvidada,
en un tiempo impreciso.
No entiendo nada,
hablan otra lengua,
pero no hace falta,
su felicidad casi contagia.
Están de pie,
se apoyan en la fachada,
blanca como la nieve,
pura como sus almas.
Nadie repara en ellos,
ni ellos se fijan en nada,
son mujeres maduras,
con sus niños, muchos niños,
y sus cabezas tapadas
con pañuelos de amargura.
Sigo observando,
¿qué esperan?
no deduzco nada,
hablan con palabras extranjeras,
palabras para mí extrañas,
los niños corretean,
por la acera y por la calzada.
La curiosidad me invade,
enciendo otro cigarrillo,
y miro a la gente
que se retira a sus casas,
encogidos por el frío,
pero ellos no se encogen,
esperan y hablan y ríen,
y no comprendo nada.
¿Es que ellos no tienen frío?
¿Es que no tienen casa?
¿Dónde están sus maridos?
¿Qué esperan tan felices con tanta calma?
El frío arrecia,
la noche avanza,
se me hace pesada la espera,
a pesar de mi abrigo,
a pesar de mi vida,
que apenas abriga esperanzas,
ellos llevan blusas,
y ni siquiera tiemblan,
sonríen, charlan,
y ellos sí,
están llenos de esperanza,
no me hago idea de lo que esperan,
con tanta placidez en sus caras.
Ya no hay gente en la calle,
sólo los que esperan,
y el que observa,
cada vez más cansado,
con más frío,
pero con la curiosidad intacta,
del que ve la alegría
de unos rostros,
y en el suyo indiferencia,
y desesperanza,
aunque posea un abrigo
y aunque tenga una casa.
De repente hay movimiento,
cesan las risas,
cesa la charla,
y todos se arremolinan
alrededor de un hombre,
con ropas del que trabaja,
que empuja un cubo mugriento
y que lo deja en la calzada.
Las mujeres abren la tapa,
y vuelcan el contenido
en las baldosas calladas,
sobre las que los niños corren
gritando en triunfal algarada.
Sus madres meten en bolsas
la comida caducada,
vacío el supermercado,
y las bolsas que rebosan,
conejo que ya no vale,
pan de molde de tostadas,
comida que no se paga,
pero que irán igualmente,
a las bocas de esos niños
de familias desamparadas.
Apago mi cigarrillo
y regreso con el frío incrustado en mi espalda,
a la cocina de mi casa.
Mientras preparo la cena
con comida ésta sí, pagada,
me propongo dibujar,
aunque sea en mueca calma,
una sonrisa en mi cara.
Y con la nevera llena
y cuatro paredes por casa,
me obligo a albergar
una brizna de esperanza.

Paco Gómez, compañero de docencia y de Indocencia, ha recibido el merecido premio de poesía social Julia Guerra, que otorga el Ateneo Republicano de Algeciras. Paco ahora destinado en Madrid sigue regalándonos su prosa y su poesía en su blog de Lord Byron.

1 comentario:

  1. Muchas gracias, Blanca. Y sí, de todos aquellos que fuimos a la primera reunión y otros que se agregaron después, pues ahí estamos, dando la lata en blogs, en certámenes y los más afortunados publicando. Y la culpa la tienes tú, que fuiste la que nos liaste.
    Un beso.

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