3 de diciembre de 2010

Conversar con versos


Me encantaba que te desbocases
por los caminos de destinos ya abrochados...
Por esos trozos, que a duras penas,
hicimos de ti y de mí.

Aparecías y salía el sol.
Y tus miserias y tus fracasos
se hacían míos y desaparecían.

No había reloj.
No había noche, ni día.

Había ilusiones y me recreaba en las maravillas.
Se cargó de leyendas el subconsciente compartido.
El tren no tenía estaciones,
y todos los días del calendario eran festivos.

Repentinamente los intermediarios
acudieron en tropel a salvar los despojos.
No hacía falta que ninguno de ellos
hubiera venido.

Ya macilentos se escondieron
portando cuchillos ensangrentados
después de haber ultrajado
la inconquistable cueva.

No volverás a cabalgar.
No estaré para recogerte tras la próxima caída.
No será más mía, tu próxima derrota.

Y definitivamente te irás,
como te estás yendo
imparablemente de mi vida.

Te vas con todos ésos que
golpearon con sus carcajadas
las rimas proparoxítonas e incrédulas.

Por eso el poeta sigue escribiendo,
conjurando a las musas,
para que los versos fluyan,
para que nadie pueda detenerlo.

Mientras aquellos ridículos fantasmas,
que quisieron destruirte con sus desgraciados gestos,
creen que triunfarán desde su burladero.
Ellos no ganarán, pero tú tampoco.

Para Ecos, Blanca Flores Cueto

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